Vivimos en un mundo apartado de todo principio de humanidad, en
el que ni siquiera en nuestras propias casas podemos estar seguros o librados
de la violencia. Lo sucedido con las argentinas Marina Menegazzo y María José
Coni en la comunidad de Montañita se suma a los miles de casos de violencia de
género que se dan en el mundo, lamentablemente se suma, porque en lugar de
restar la violencia, ésta cada día aumenta con más impudor. Más de 66 mil
mujeres son asesinadas cada año en el mundo.
No se trata de dar
protagonismo a dos mujeres por el hecho de ser extranjeras, no se trata de
olvidar que una cifra escalofriante de las mujeres de nuestro país día a día
son maltratadas por sus convivientes hasta provocarles la muerte, no se trata
de encerrarnos en un acontecimiento para perder la atención de las mujeres que
en medio oriente son asesinadas por sus propios padres por no comprometerse con
la pareja que les han designado. Se trata de ser seres humanos ante hechos tan
dolorosos como estos, de que los países se apoyen como hermanos para combatir
la violencia, porque la violencia no solo existe en Ecuador y exclusivamente en
Montañita si no en todo el mundo. No hay sitio seguro en la Tierra.
La potencia mundial de
Estados Unidos ya ha dado el gran paso para advertir a sus ciudadanos de la
inseguridad social en Ecuador, olvidando que en sus estados un tercio de las
mujeres asesinadas fallecen cada año a manos de su pareja sentimental. Entonces
tampoco se trata de advertir la violencia, se trata de combatirla, porque este
es un problema social que nos involucra a todos y a todas. No se trata de medir cuál es el país más violento, porque inclusive
en los lugares donde nunca se han presentado casos de violencia, estos pueden
ocurrir en cualquier momento y de la forma más horripilante. La violencia se ha
convertido en una pandemia.
Lo que aumenta el dolor entre tanto crimen son los comentarios machistas
de muchas personas que justifican la violencia de género alegando que la culpa
es de nosotras las mujeres, digo nosotras no solo por ser mujer sino también porque
me identifico con el espíritu de vida de estas jóvenes que encontraban su
libertad viajando, explorando el mundo entre amigas, respirando las cumbres más
altas y la brisa del mar. Y quizás tengan razón estas personas, la culpa es de
nosotras porque nos atrevemos a salir de casa solas no por ser valientes si no porque somos libres al igual que los
hombres, porque tenemos ese mismo derecho de salir a la calle, de caminar sin
necesidad de que alguien nos acompañe y no por eso estamos haciendo lo que nos
da la gana, simplemente estamos ejerciendo nuestra libertad. Las típicas
preguntas de un hombre que ve a una mujer sola son: “¿por qué tan solita?”, “¿qué
no le da miedo viajar sola?” ¿Es que acaso las mujeres tenemos que vivir con
miedo para ir a todas partes?
“Quédense en sus casas bajo
la protección de sus esposos, déjense de estar jugando a ser valientes…” es la
opinión de un individuo X. El hecho de ser mujeres no significa que debemos
permanecer en casa para no ser violentadas en la calle, ni los esposos son los
héroes de este mundo, cuando las estadísticas demuestran que la mayor parte de
la violencia que reciben las mujeres es de sus parejas sentimentales.
El hecho de nacer mujeres ya
es sinónimo de valentía, no es fácil estar en un mundo lleno de tantos
prejuicios para nosotras, en el que para los “patrones de la sociedad” una
mujer sola es una “loca aventurera que anda buscando el peligro hasta encontrarlo”.
Esta sociedad de cuerdas rotas que no nos respeta es la que reproduce la
violencia.
No es fácil ser mujer cuando
los hombres te ven como “chica fácil” si vistes como tú quieres o como te
sientes cómoda, si les das apertura a una conversación porque eres espontánea y
amigable, si visitas un bar porque quieres escuchar la música de tu gusto en un
lugar distinto que no sea la casa y no necesariamente porque quieras beber
alcohol hasta perder los sentidos.
También he viajado sola,
porque así es mi espíritu y no ando buscando la muerte, ando viviendo mi
libertad. Es cierto, siempre debemos tomar las medidas de precaución necesarias
y no ser confiadas, como me lo ha indicado mi papá muchas veces: “No aceptes
bebidas ni ayuda de ningún desconocido, no camines por las esquinas, no des
información de tú vida a nadie”. Estas
palabras retumban en mis oídos cada vez que emprendo un viaje y que alguien sin
conocerme me ofrece ayuda para trasladarme a algún sitio.
En este mundo de violencia lo
que podemos es volvernos desconfiadas, pero jamás renunciar a nuestros derechos
por el hecho de ser mujer. Me cuesta entender tanto crimen, tanta desgracia
cometida en contra de las mujeres, de los niños y niñas (como lo sucedido
recientemente en el cantón Muey de la provincia de Santa Elena) y en contra de
cualquier ser humano con independencia de su edad, etnia, origen, religión,
afición, etc. La violencia no es justificable, es repudiable, quien la
justifica también se vuelve violento.
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